Es muy sonada ya la idea de que como padres
adultos somos la única generación que le temió a sus padres y ahora le teme a
sus hijos. Algunos la escuchan con una sonrisa “culpable” en su rostro y otros
negando en absoluto la posibilidad de que así sea y en todos los casos buscamos
justificar el por qué a nuestra actitud que es básicamente tachada de débil y
floja, señalando la poca autoridad que tenemos con nuestros hijos y la falta de
un par de chancletazos que les ayuden a ellos a aprender quién es la autoridad
en la casa.
Es cierto que la mayoría de nosotros
tuvimos una infancia donde nuestros padres no fueron muy democráticos con
nosotros, donde como mínimo el regaño (si no era muy grave y si nos iba bien!) o
el chancletazo o castigo era lo que nos enseñaba que teníamos que hacer “caso”
y obedecerlos. También es cierto que muchas veces dijimos “NUNCA! Le haré esto
a mis hijos” y que entonces aprendimos y nos comprometimos al menos a intentar
hacer las cosas mejor, y también en algunos casos llegamos al otro
extremo… al de no decir nunca NO, a
permitir aunque no estemos de acuerdo, a no poner límites y… (terrible!) a que
nuestros hijos tengan más autoridad y firmeza que nosotros!!!
Aparecen entonces los padres que desde su
deseo de hacer lo mejor posible, creen que deben entrar en consenso frente a
todo tipo de decisiones con sus hijos, incluso si son pequeños; intentando ser
democráticos, no obligar, que ellos disfruten, que tengan lindas experiencias
en su infancia para que no tengan heridas emocionales y puedan ser adultos
felices y plenos. Así que les preguntan si quieren ir, si quieren hacer la
tarea, si quieren saludar, y se niegan a insistirles o hacerles entender y
reflexionar que hay cosas mínimas que deben hacer y que son necesarias hasta
para vivir en sociedad.
No mal interpretemos, pues tampoco se trata
de llegar a la imposición, al autoritarismo o al “porque yo lo digo y punto!” (¿a quién le va a gustar un grito o un golpe?, ahí aprenden a temer al adulto!) .
Sin embargo, tal vez es el momento de dejar el miedo a un lado. ¿Miedo a qué?
Pues a repetir la historia, a que nuestros hijos sufran, a que no puedan ser
felices o salir adelante. Y es necesario dejar el miedo porque el miedo no
evita, sino que invita; es decir, si hay miedo, entonces podemos intentar las
estrategias que sea y siempre tendremos el mismo resultado porque todo está en
mi interior y mi convicción como padre o madre. El miedo es el que hace que no
entremos en equilibrio y nos vayamos al extremo de la pasividad y permisividad,
formando hijos sin límites en nombre del amor. Nuestros hijos son diferentes y
por eso necesitan y merecen una formación diferente, donde nosotros mismos
confiemos y actuemos desde el corazón y no desde el temor (ESA ES SU
INVITACIÓN!), pero no será con permisividad temerosa que lo vamos a lograr sino
con FIRMEZA AMOROSA!
Para mi, la firmeza amorosa, tiene que ver
con ponerme en los zapatos de mi hijo, de no exigirle cosas sin sentido solo
porque así tiene que ser, pero también de ocupar bien mi lugar de padre, de
guía de ese ser, de acompañante, y ser consciente de que el adulto soy YO! Y
por lo tanto puedo y debo ser más consciente y aterrizado en lo que es
importante realmente y necesario. No puedo permitir que mi hijo coma dulces y
pasteles todo el día solo porque él así es feliz! Como adulto, yo se que eso no
es muy sano y por supuesto no se lo voy a permitir, sin embargo no voy a llegar
a prohibirle el dulce bajo la idea de que se puede enfermar… No puedo permitir
que mi hijo decida si va o no al colegio, sin embargo puedo indagar por qué él
no desea ir…
Cuando me preguntan ¿Cómo hago para
convencer a mi hijo de ir a…? Yo debo recordarle quién es el padre, y que como
padre puedes decirle claramente qué deseas, qué esperas, y por qué (un motivo
real es importantísimo!), de esta forma ellos se sienten tenidos en cuenta, no
se sienten atropellados y reconocen claramente quién es el padre. Y si al
final, tu sigues sintiendo en tu corazón que debe ser así como tu dices, no hay
nada más que decir, exprésale de la forma más amorosa y libérate de la culpa!
Porque ante todo, estás siendo un padre responsablemente respetuoso y eso, tus
hijos los sabrán reconocer, tal vez no ahora mismo, pero es seguro que lo harán
en algún momento y te agradecerán en amor y sin resentimiento.
Papá, mamá, lo que puede herir a tus hijos
es únicamente lo que viene del miedo, porque nada que venga del deseo de amar,
podrá hacerles daño, ya que busca solo su bienestar real.
Un abrazo,
LUZ NERY CORTÉS G.
Facilitadora/terapeuta
Coordinadora Liceo Montessori Home&School